La Estufa de las Palmas

El lenguaje transmite. Tiene poder.

Observa.

Un día fui al jardín botánico de Madrid.

No soy mucho de plantas y flores.

Alguna me fumé de jovenzuelo, por probarlo, pero no le cogí el gusto.

Mi afición era otra, las motos. Que, en lugar de dejarte atontao’, hacía que te subiese la adrenalina (que no se qué es más peligroso).

Volvamos.

La botánica.

Y el poder de las palabras.

Paseando por el jardín te encontrabas pues lo normal, toda la variedad de plantas, árboles, arbustos y flores que quisieras.

Para mi gusto, más de las que me podía imaginar.

Tengo mucha imaginación, pero las plantas no son lo mío, así que para mí era un mundo desconocido: lirios, rosas, parras, cactus, palmeras, …

Entramos a un invernadero, donde estaban los cactus. Esto era mayo, así que ya hacía calorcito y en un invernadero, imagínate…

Delante nuestra iba una familia. La hija pequeña iba alucinando.

Como yo.

Creo que nunca habíamos visto tanta variedad de cactus junta.

Y lo mejor es que tenían sus explicaciones y descripciones.

Esa niña era curiosa, como yo. 

Los dos estábamos en un ambiente desconocido, y conozco esa sensación de asombro por la que estaba pasando.

Cuando estás en un lugar en el que todo lo que se te presenta por delante es conocimiento y exploración.

Los padres y la hermana mayor todo lo contrario.

Parecían casadetes ya de tanta planta.

El caso es que la familia salió de ese invernadero donde perfectamente hacía 10 grados más que en la calle (podíamos estar hablando de unos 30ºC fácilmente).

Salieron de allí entre quejidos y sudores.

Menos la niña pequeña.

Ella no, ella seguía con su ánimo y sus ganas de seguir viendo cosas nuevas.

El siguiente edificio que les tocaba se llamaba “Estufa de las Palmas”.

Imagínate la cara descompuesta que puso el padre.

“Nada, ahí no entramos, después de la calor que hemos pasado aquí dentro…”

“Pero yo quiero entrar” - Dijo la niña pequeña.

Yo ya venía de ahí y sabía que, aunque el sitio tuviera ese nombre, la temperatura no era, ni de lejos, como el invernadero del que habíamos salido.

No quería que esa niña se perdiera la oportunidad de entrar a un sitio como ese y menos por la creencia infundada de un cartelito en una puerta, así que se lo comenté a la familia y acabaron entrando.

La familia lo agradeció, pero a mí me dejó pensando.

El nombre no tenía nada que ver con lo que se encontrarían dentro, pero cualquiera (incluso yo antes de entrar un rato antes) piensa que ahí dentro va a hacer un calor de cojones por el nombre.

Ya ni te cuento si vienes del invernadero, porque vienes completamente sesgado.

Por eso, antes de tomar decisiones, es importante que observes.

Porque si no observas puede que el sesgo de una mala experiencia te haga perderte buenas experiencias.

O peor aún, seguir viviendo malas experiencias.

Por eso observo en todo momento, y todo lo que observo lo comparto todos los días aquí.